PEQUEÑOS DELATORES

pequeños delatores
«Mamá, el padre de Laia dice que has engordado y que te quedaba mejor el pelo largo». Resulta asombrosa la rapidez con la que se puede torcer un buen día. 

Por un segundo, dejo el cepillo suspendido en el aire mientras, con la otra mano, sujeto firmemente el pelo de Zoe en una coleta.

– ¿Y cómo sabes que ha dicho eso?

Zoe sonríe ante esa pregunta que probablemente considera retórica y absurda. Porque está claro que es Laia quien le ha filtrado ese comentario que su padre debió de hacer inocentemente en la cocina, mientras charlaba con su madre y freía un huevo para la cena.

Siempre he sido consciente de que los niños son incapaces de guardar secretos y de que, por esa razón, son tan peligrosos para la supervivencia social de los padres. Incluso en las más terribles circunstancias, como en los años previos al Holocausto, la supervivencia pasaba por la autocensura en casa. Porque, si uno escondía a un judío en el sótano, ¿cómo iba a poder soportar la tentación de contarlo en el colegio su hijo de seis años?

Pero esta mañana la cuestión no es ésa. Entiendo perfectamente que el padre de Laia no haya hecho el comentario con malicia, contando con que la niña se lo iba a soltar a su amiga (o, en el peor de los casos, directamente a mí). Lo que me pone furiosa es que realmente piense lo que ha dicho. Lo que me jode es enfrentarme a una verdad incómoda.

Mi primera reacción es buscar una rápida venganza que calme este desasosiego. Lanzar al aire, como si tal cosa, un comentario negativo sobre su pelo (o falta de) o esa gorra noventera con la que va a buscar a Laia al cole, cada vez más anacrónica en un ser cuarentón y alopécico.

El efecto de esta incursiva en campo contrario seguramente sería relámpago. Zoe se lo contaría ese mismo día a Laia y ella, probablemente en la cena, le soltaría el bombazo a su padre:

–  ¿Sabes? La mamá de Zoe dice que eres muy mayor para llevar esa gorra. Y que además te estás quedando sin pelo.

Pero a partir de ahí, se desencadenaría una guerra dialéctica, con emisarias de 1.20 cm de altura y consecuencias impredecibles.  

Así que opto por la estrategia contraria. Decirle a mi hija lo guapo que está últimamente el padre de Laia. Lo bien que le sienta esa gorra. Lo interesante y masculina que resulta su cabeza rapada.

Habrá quien piense que es hipócrita alimentar esta espiral de comentarios políticamente correctos, de falsos cumplidos. 

Pero, ¿qué hay del buen rollo que vamos a tener a partir de ahora en los cumpleaños?