SARAJEVO, YEVA MI AMOR KON VOS*

sarajevo
“No deja de ser extraño que entre dos de las ciudades más importantes de la antigua Yugoslavia no exista ni un solo tramo de autopista.»

Entre Belgrado y Sarajevo sí hay, sin embargo, infinidad de montañas, pueblos casi incomunicados a los que no llega ni el autobús y un paisaje que, sinceramente, soy incapaz de describir.”

Así comenzaba el primero de los mails que envié intentando transmitir todo lo que iba reteniendo, en un perfecto ejercicio de bulimia visual, durante todos y cada uno de los días de mi experiencia (volcánica) balcánica.

Dice el fotoperiodista Gervasio Sánchez, de profesión utópico –continuaba– que “si se traza una línea imaginaria de Oeste a Este entre París y Estambul y otra de Norte a Sur entre Berlín y los países del Magreb, la intersección pasa muy cerca de Sarajevo, que se convierte así en el corazón de Europa, con sus cuatro grandes culturas seculares: ortodoxos, católicos, musulmanes y judíos. Un corazón imaginario de una Europa hundida en sus propias contradicciones, lo que no ha sido suficiente para impedir su destrucción sistemática a lo largo de la historia”.

Mi compañero de viaje, profundo conocedor de toda la historia y de todas las historias, me había repetido mil veces que Sarajevo es la ciudad que pone principio y fin al siglo XX. Lo del principio, yo lo tenía relativamente claro. En algún recoveco de mi memoria aún resonaba el polvorín que desencadenó la Primera Guerra Mundial, personificado en un ingenuo joven llamado Gavrilo Princip que, a la orilla del río Miljacka y a sangre fría, delante de cientos de testigos, asesinó al heredero del imperio austrohúngaro (Francisco Fernando de Austria o, en inglés, Franz Ferdinand.. sí, como el grupo), desencadenando el desastre.

La esquina donde comenzó el siglo XX

Lo del fin, sin embargo, lo comprendí en cuanto me bajé de aquel Fiat Panda con matrícula italiana y me encaminé hacia Bascarsija, gran mercado oriental y corazón de la parte turca de la ciudad: diecisiete años transcurridos desde el principio de la guerra y tantos edificios tatuados aún con anacrónicos agujeros de bala..“Quizás las balas de Kalashnikov nunca pasen de moda en la pasarela de la mezquindad humana”, escribía conmocionada, mientras sentía un incontrolable pudor al comprobar que en aquel ciber del centro era la única que no estaba chateando ni jugando a videojuegos en red y pasaba los largos minutos de invierno entregada al ferviente arte del espionaje cultural.

Acababa de explicar en cinco líneas que la guerra fue especialmente dura en la ciudad porque era el lugar donde históricamente se había producido más mezcla de culturas y religiones y porque, al fin y al cabo, “Sarajevo es la única ciudad donde se pueden ver centenares de mezquitas musulmanas al lado de una iglesia ortodoxa, detrás de una sinagoga judía, frente a una iglesia católica y rodeada de edificios comunistas y algún que otro McDonalds”. En teoría, hoy en día conviven en Sarajevo cuatro culturas. “En teoría” –repetí–  porque, después de la guerra, en la ciudad nadie convive ya más que con sus semejantes y la mezcla cultural ha dado lugar a un conjunto de guetos, que viven su vida en comunidad pero sin mezclarse.

Bosnios de religión musulmana, que son mayoría en Sarajevo; serbios, de religión ortodoxa, que allí casi no quedan porque se marcharon a Serbia o a la República Srpska; croatas, católicos, que hicieron lo propio y se marcharon a Croacia o a la Federación Croata-Musulmana. “Y un último grupo que no pudo ir a ningún sitio, porque en la antigua Yugoslavia no tenía un sitio donde meterse: los judíos. Pero no los que ahora están en Israel, sino los antiguos, los herederos de aquellos que fueron expulsados de España en 1492 por los Reyes Católicos: los sefardíes”.

Escribía sin cesar y a una velocidad considerable, a pesar de que en el teclado eslavo no había “ñ” y había que buscar las teclas de las tildes, que habían cambiado de lugar. Esa mañana había podido visitar la única sinagoga de Sarajevo y había hablado con Moris Albahari, uno de esos sefardíes descendientes de los que estuvieron en España. Era verdaderamente sorprendente escucharle hablar en esa lengua, el ladino, que realmente era el castellano que se hablaba en el siglo XV. Moris era un tipo extremadamente culto, que había sido piloto de la Yugoslavia de Tito, y que pasaba del español al italiano, al inglés, al alemán, y así hasta seis, con una facilidad pasmosa.

Moris de joven, en su avión, y en la actualidad

Lo más interesante fue oírle contar cómo había vivido él durante estos últimos años, sufriendo las consecuencias de una guerra que, al fin y al cabo, no era la suya. No tenía un estado por el que luchar. No se sentía bosnio porque no es musulmán, pero a pesar de todo tuvo que vivir bajo los bombardeos de serbios y croatas.

No quería ser indiscreta pero, llevada por la emoción del momento, no pude evitar preguntarle qué pensaba sobre lo que sucede hoy en Palestina y cómo vivía él el conflicto desde Sarajevo, aunque imaginaba que su respuesta sería la respuesta de un judío. Nada más lejos de la realidad. Se trataba de un judío que no aceptaba el estado de Israel, un estado construido sobre una tierra que no había sido dada y creada por su Dios, sino por algunos gobiernos occidentales, según me explicó.

“Quizá un sefardita marginado en Sarajevo –concluía en mi mail– pueda imaginarse con más facilidad lo que siente un palestino marginado en Jerusalén.”

Años después, por casualidad, descubrí que Moris aún seguía vivo y era el protagonista del documental “Salvado por el idioma”, en el que contaba cómo, en plena Segunda Guerra Mundial, pudo comunicarse con soldados italianos (y salvar la vida) gracias al ladino.

También descubrí que había tenido el increíble privilegio de hablar con uno de los cuatro últimos sefardíes ladinoparlantes de Sarajevo.

*Yeva mi amor kon vos, en ladino, significa “lleva mi amor contigo”.