SUPERVIVIENTES

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Un sol de sábado por la mañana se cuela, sigiloso, por la ventana, mientras resuenan los primeros acordes de I Will Survive y una creciente calidez se apodera de Diana. 

Lo que en un principio tuvo mucho de terapéutico, diez años después se ha convertido en una divertida tradición. Diana coge lo primero que pille para usarlo como micrófono y, de forma ceremoniosa, pone su mejor pose de negra para cantar, a dúo con Gloria Gaynor, eso de “At first I was afraid, I was petrified”.

Al principio tuve miedo, me quedé petrificada. La canción en realidad habla de sobrevivir a un desengaño, pero a Diana le parece que las palabras definen su relación con el cáncer.

Vivimos en un mundo en el que el bienestar se ha transformado en una especie de hedonismo ciego y sordo. Un impecable antídoto para la empatía ante el sufrimiento humano, que permite que a una no se le haga bola la cena mientras contempla en la televisión las imágenes de niños pasando hambre y frío en los campos de refugiados.

Pero, ¿qué pasa cuando es a nosotros a quien acecha la desdicha? Pues que intentamos vivir a espaldas de la muerte, poniendo en cuarentena a la enfermedad, invisibilizándola, no sea que alguien se vaya a parar a pensar por un momento en su propia mortalidad.

A Diana siempre le resultó curioso que el simple hecho de haber tenido cáncer la convirtiese en heroína por defecto. “Dios reserva las peores batallas a sus mejores guerreros”, le dijo una vez Carmen, con quien coincidía de tanto en tanto en la quimio. Es innegable que el comentario le produjo cierto bienestar inmediato pero luego pensó que no le hubiera importado nada ser un poquito peor persona (incluso pacifista!) para librarse de luchar la dichosa batallita. Porque, ¿qué pasa con los que no sobreviven? ¿Que han luchado peor? ¿Que no se lo merecían?

“Do you think I’d crumble, Did you think I’d lay down and die?” / ¿Pensaste que me derrumbaría? ¿Pensaste que me acostaría y me moriría? Llega el punto álgido de la canción, en el que a Diana le sale la rabia a borbotones.

De acuerdo, ni ella fue una luchadora ni lo suyo fue una batalla. Pero desde luego, heridas de guerra sí le han quedado. Cicatrices, rojeces, algún órgano amputado, tuberías de acero inoxidable por venas, bien curtidas en la quimioterapia. Y una gran espada de Damocles sobre la cabeza.

Pero, aunque suene raro, también tiene algo que agradecerle al cáncer. Y es que hasta hace diez años, Diana no era consciente de su propia mortalidad. Es duro que una tenga que verse al borde de la muerte para apreciar lo que de verdad importa. Pero así fue. Sobrevivir al cáncer es una segunda oportunidad, como vivir de nuevo pero en tiempo de descuento. 

“Yo he dejado de comer carne”. “Pues yo he leído que el brócoli es anticancerígeno”. “A mí lo que me va bien es la dieta alcalina y los baños con sal“.  A veces piensa que este tipo de conversación entre supervivientes podría dar para un monólogo del Club de la Comedia, pero realmente todo sucede en un tono de lo más coloquial. Porque ellos han perdido el miedo a hablar de ello. Saben que en cualquier momento pueden recaer pero han decidido afrontarlo con naturalidad.

Porque, con más o menos tiempo, tienen toda su vida por vivir. Y tienen todo su amor por dar.

“I’ve got all my life to live, I’ve got all my love to give, I will survive”.