UN MUNDO MONOCOLOR

Malena y su hijo Gabriel hojeaban juntos las páginas del catálogo de juguetes, en un ritual tan navideño como partir el turrón duro o colocar los adornos en el árbol. 

Gabriel era de los que escribía siempre al límite su carta a los Reyes Magos porque era incapaz de seleccionar menos de una docena de juguetes del dichoso catálogo. Y eso que sólo marcaba círculos en los artículos de las páginas azules.

Armada de un boli y mucha, pero que mucha paciencia, Malena observaba el proceso de toma de decisiones de Gabriel, procurando intervenir solo en lo estrictamente necesario. Es decir, solo si al niño se le ocurría pedir un hamster o un túnel de lavado para coches que ocupase medio salón.

Sin embargo, ese día observó en Gabriel un comportamiento desconocido hasta la fecha. Ralentizaba el ritmo al pasar las páginas rosas del catálogo y hasta se detuvo unos minutos en una de ellas, pero sorprendentemente guardaba silencio. Malena pensó que debía tomar la iniciativa y, con la mayor naturalidad que fue capaz de transmitir, le preguntó si le gustaría pedir a los Reyes algún juguete de aquella página.

A pesar de sus cinco años y su evidente incomodidad, Gabriel fue capaz de argumentar una respuesta que mostraba la naturaleza irracional del conflicto y que a Malena le partió el alma. “Es que me gusta el puesto de verduras, pero está en lo rosa”. Y, adelantándose a la probable réplica de su madre, añadió “es de niñas”.

De poco le sirvió que Malena le explicase que los juguetes no tienen género y que con todos pueden jugar tanto niños como niñas. De hecho, incluso se sentía un poco ridícula diciéndole todo aquello delante de un catálogo que hacía esa distinción de forma muy gráfica. Las páginas rosas, llenas de princesas, bebés y cocinitas. Las azules, llenas de coches, juegos de construcción y playmobil.

“A ver si vamos a empezar con el puesto de verduras y el año que viene va a ser la Barbie, le soltó esa noche Fede, medio en broma medio en serio. La frustración inicial de Malena se tornó en cólera.

“¿Quieres decir que nuestro hijo se va a convertir en gay por jugar a los tenderos o acunar a una muñeca? ¡Pues a saber la de homosexuales que habrán pasado una infancia de lo más masculina jugando al fútbol y diciendo groserías a las chicas porque es lo que hacen los machotes..! Me pregunto si tendrías el mismo problema si tuviéramos una hija y se hubiera pedido un camión para Reyes..”

A Malena, los nervios no le dejaron dormir mucho esa noche. Tampoco ayudaron los pensamientos que atravesaban furtivamente su conciencia y le recordaban a todos esos niños frustrados que no habían podido desarrollar su verdadera personalidad por miedo a la exclusión social, al qué dirán. 

Esa Navidad, los Reyes trajeron regalos sorprendentes para todos. A Fede y a Malena, les cayeron un par de libros muy ad hocCuestión de sexos y Los hombres me explican cosas.

A Gabriel, en cambio, no le regalaron la docena de juguetes que esperaba, pero sí el único juguete que no se esperaba. Junto al puesto de verduras, había una nota de Baltasar que aún no comprendía del todo, pero le marcaría para toda la vida:

“Aunque muchos se empeñen en verlo rosa o azul, el mundo en realidad tiene muchos colores y matices pero, si lo quieres ver solo de un tono, éste sería el violeta, que es el resultado de la mezcla. 

Un hombre de verdad no es el que hace lo que se supone que tiene que hacer, sino el que tiene el coraje de mostrarse ante los demás tal y como es”.