DE PISCOS Y JINETERAS
Yanis va a cumplir treinta y nueve, pero nadie en su sano juicio le echaría más de treinta, a juzgar por sus curvas y por esa forma tan encantadora que tiene de reír con la mirada.
Desde su despacho, detrás de la barra, sus ojos ligeramente achinados lo observan todo. Ella es quien controla caras, nacionalidades, preferencias, vicios y debilidades. Y gestiona la prestación del servicio correspondiente.
A Yanis le encanta decir que es la administradora del negocio, le confiere un aire de importancia. Y lo dice bien alto, desplegando toda su gracia cubana. Especialmente cuando Marcelo anda cerca, metiendo cizaña.
A sus treinta y dos años, él se ha convertido en todo un hombre de negocios y, según alardea, llega a ganar unos cuatro mil dólares mensuales. De esos cuatro mil, a Yanis no le llegan más de cuatrocientos. Pero, a pesar de todo, siempre se las arregla para enviar entre cincuenta y cien a su familia en Cuba. Y los meses que no le alcanza, al menos envía algún detalle, como sostenes y bragas de satén y encaje para su madre. Todo un lujo en la isla.
Marcelo y Yanis pertenecen a esa clase de gente sin pudor que, al calor de un buen ron en la noche, comienza a relatar su vida con la clase de pormenores que sonrojan mejillas al amanecer. Pero ellos saben bien a quién escogen para adentrarse en ese círculo vicioso de pisco, ron, boleros y sueños.
Los extranjeros que frecuentan Lima y, sobre todo, los que frecuentan el bar, responden casi siempre al mismo perfil: hombre, mediana edad, gordo, con muchos dólares y una terrible facilidad para emplearlos de forma hedonista. Antes aún de que se les pase por la cabeza la idea de preguntar por ello, Yanis y Marcelo les ponen delante de los ojos lo que van buscando: “Coca y mujeres”, confiesa Marcelo a la extranjera elegida como confidente esa noche de otoño.
Por eso el bar algunos días está lleno de mujeres colombianas de labios voluptuosos y grandes escotes. Por eso normalmente hay pocos clientes, pero todos inmejorablemente acompañados. Marcelo ha construido en Lima el paraíso del putero venido del país desarrollado. “Tengo unas mulatas que, si bailas salsa con ellas, te tienes que poner un condón antes, porque te vienes”.
Yanis, con un brillo que destaca aún más el color castaño oscuro de sus ojos, no puede evitar transmitir a la extranjera un cierto orgullo por haber conseguido salir adelante “en este país de mielda” desde que, hará tres años, llegara acompañada de su hija adolescente. Pero, sobre todo, por haberlo hecho sin ejercer de jinetera, añade. “Y eso que me han ofrecido una fortuna…pero prefiero enviar menos dólares a mi familia y que se puedan sentir orgullosos de mí, porque saben que lo que les mando, se lo mando con mi trabajo”.
Esta noche, Yanis y Marcelo están excitados por su inminente viaje a Cuba. Es la primera vez que ella vuelve a la isla y él ha decidido acompañarla. Se quedarán un mes y llevan la maleta llena de regalos para la familia de ella. “¡Mamita, yo te voy a llevar un dividí, pa que tú puedas ver las películas!”, le grita Marcelo a la mamá de Yanis a través del manos libres, delante de los tres confidentes extranjeros, que no pueden evitar la sensación de haberse colado dentro de una telenovela.
Unos cuantos rones después, embarcados en la exaltación de la amistad, Yanis admite que, aunque ha tenido una relación en Perú, su último gran amor se quedó en Cuba. Y se trata nada más y nada menos que del catcher de la selección de béisbol de la isla. No ha vuelto a saber de él y ahora anda nerviosa por la idea de un posible reencuentro.
Mientras tanto, Marcelo, muy cómodo entre machos, pasa páginas y páginas de un álbum con fotos de chicas que han frecuentado el bar y hace su particular repaso frente a los forasteros: “A ésta la odio con todas mis fuerzas, ésta es una hija de la gran puta, con esta otra ni me vine”.
En ese momento le suena el móvil (le ha sonado varias veces a lo largo de la noche, como todas las noches). “Mi mujer”, aclara, haciendo reír de nuevo a los extranjeros. “Tendrían que verla. Es colombiana, una muñeca. Se llama…”. Tarda varios segundos en recordar su nombre. Al final se lo recuerda Yanis. “¡Qué buena es esta mujer!”, dice Marcelo, pasándole el brazo por el hombro. “Es mi mejor empleada… y también mi jinetera”, añade entre risas.
“Jinetera, tu madre”, dice ella, haciéndose la falsa enojada. Y vuelve a repetir bien alto el cuento de la administradora.
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