UNA NOCHE PARA RECORDAR
No es que nuestras cenas familiares fueran dignas de pasar a la posteridad, pero era Nochevieja y me pareció una buena idea estrenar la cámara de vídeo que le habían regalado a mi padre hacía unos meses.
Quizá fuera porque la última noche del año tiene mucho de recapitulación ante lo que se va e ilusión por lo que está por llegar. Quizá también fuera porque esa noche la pasábamos con mi abuelo Pedro, que tenía la memoria de un veinteañero pero un corazón que ya llevaba más de noventa años latiendo. Unas veces rápido, como cuando le robaba besos a la abuela Matilde de adolescente. Otras veces lento, como en las noches silenciosas que pasó en las trincheras junto a aquel soldado italiano que le enseñó a decir “ti amo” y le tatuó una cruz en el antebrazo.
Lo bueno del abuelo Pedro es que siempre entraba al juego, así que, en cuanto saqué la cámara y le empecé a entrevistar, se vino muy arriba. Llevaba años amenazando con que se iba a ir al otro barrio, así que le pareció buena idea dejarnos algunas imágenes para que le recordásemos. Y empezó fuerte. “Creo que yo siempre quise más a tu abuela de lo que ella me quiso a mí”, dijo pensativo, como para sí, después de suspirar. Hacía tres años que se había quedado viudo y no había una sola mañana en que no mirase hacia el cementerio desde el balcón.
“Aunque la Matilde tenía mucho genio.. ¡Co! Si decía que metía la cabeza por un sitio, la metía.. Vaya que si la metía”. Y era cierto. Matilde era la mayor de nueve hermanos y desde bien pequeña supo lo que era tener que trabajar para vivir. Por eso hizo todo lo que estuvo en su mano para que sus hijos, los tres, tuvieran estudios y no tuvieran que servir, como le había tocado a ella.
Tras la cena, el abuelo recobró energías y no escatimó en detalles. Entre bromas, como era él, me confesó cómo fue la concepción de cada uno de sus hijos. Lo fogoso que era y lo que la abuela se hacía de rogar. Lo mucho que había trabajado toda su vida y lo orgulloso que estaba de sus hijos y nietos. Lo felices que fueron los días junto a Matilde, aunque al final ella a veces ni le recordase. “No quiero que sufráis por mi, pero es que yo ya no quiero vivir más. He sido muy feliz, pero ya no tiene sentido que esté aquí”.
El año nuevo le concedió ese deseo, porque su corazón dejó de latir quince días después de aquella entrevista. También le concedió la mejor muerte que podía desear: mientras dormía. Y a nosotros, su familia, un recuerdo imborrable de su voz, su sonrisa y su amor. Todo, por una insignificante cámara de vídeo.
Así que esta noche, coged el móvil y corred a grabar a vuestros abuelos. Que os cuenten historias que nunca os han contado, que os den recetas de comidas que os harán recordarles en el futuro. No hay nada tan preciado como una noche para poder recordar a un ser querido a quien sabes que le falta poco tiempo a tu lado.
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